Las últimas encuestas del CIS (enero, 2015) indican que los principales problemas de la sociedad son el paro, la corrupción, la política, la sanidad, etc, sin embargo, nos atenaza otro problema de mucha mayor envergadura que la ceguera de las masas no llega a apreciar, la ignorancia.
El remedio más efectivo ante este mal es, sin lugar a dudas, la cultura, esa fabulosa mezcla de conocimientos e ideas adquiridos mediante nuestras facultades intelectuales: la lectura, el estudio y el trabajo. Esa herramienta básica para el progreso humanístico, tanto individual como colectivo, nos aleja de aquellos instintos animales inherentes a nuestra condición humana, nos ayuda a comprender la realidad que nos rodea, a tener sentido crítico y constructivo simultáneamente e incluso de dotarnos alguna pincelada de lo que nos acontecerá.
Es por ello que no logro comprender la escasa inversión, y no gasto, dedicado a esta materia, llegando a ser una cantidad cuanto menos tristemente ridícula. Esta escasa inversión, que incluso en los años de crisis económica se recortó a lo poco que ya había, esta escasez de presupuesto se revela mortífera para bibliotecas, museos, escuelas, conservatorios y archivos nacionales junto a otras importantes instituciones. Y el causante de esta situación, desgraciadamente, es el sobradamente conocido segmento social apodado, clase dirigente, la cual obtusa y miope, fustiga al progreso de la población y a la excelencia.
La ignorancia es un problema mucho mayor que la miseria económica, es deber de las políticas públicas sacar a la población de este abismo moral, ético e intelectual y ceñirse en su tarea de educar al ser humano en el amor del desinterés, de lo bello, lo justo, lo verdadero y lo grande, alejado de la lógica utilitarista. Al igual que se encienden los luceros cada vez que el sol cae, las políticas públicas han de proveer antorchas para las mentes, pan para el espíritu. Basta ya de incubar una sociedad de muertos vivientes que únicamente se muevan por los impulsos del marcador en el último clásico o derbi, basta ya de atizbar como aves rapaces las disecciones públicas de las vidas de condes y marquesas, las cuales resultan extremadamente intrascendentes. Como una droga, nos confunde y no discernimos entre las imágenes de las pantallas y la realidad, y como en cualquier drogadicción, es necesaria una desintoxicación. Desintoxicación a realizar en centros como escuelas, cátedras, bibliotecas, museos, teatros, etc. Centros que deberían de multiplicarse para maximizar la cobertura de la ciudadanía. Es el momento de hacer brillar la luz de nuestro espíritu, la luz del espíritu humano, de hacer que esa luz, como si del gótico se tratase, penetre por todos los vanos posibles a la mente del pueblo.
Borja Ferrer Pilato
El remedio más efectivo ante este mal es, sin lugar a dudas, la cultura, esa fabulosa mezcla de conocimientos e ideas adquiridos mediante nuestras facultades intelectuales: la lectura, el estudio y el trabajo. Esa herramienta básica para el progreso humanístico, tanto individual como colectivo, nos aleja de aquellos instintos animales inherentes a nuestra condición humana, nos ayuda a comprender la realidad que nos rodea, a tener sentido crítico y constructivo simultáneamente e incluso de dotarnos alguna pincelada de lo que nos acontecerá.
Es por ello que no logro comprender la escasa inversión, y no gasto, dedicado a esta materia, llegando a ser una cantidad cuanto menos tristemente ridícula. Esta escasa inversión, que incluso en los años de crisis económica se recortó a lo poco que ya había, esta escasez de presupuesto se revela mortífera para bibliotecas, museos, escuelas, conservatorios y archivos nacionales junto a otras importantes instituciones. Y el causante de esta situación, desgraciadamente, es el sobradamente conocido segmento social apodado, clase dirigente, la cual obtusa y miope, fustiga al progreso de la población y a la excelencia.
La ignorancia es un problema mucho mayor que la miseria económica, es deber de las políticas públicas sacar a la población de este abismo moral, ético e intelectual y ceñirse en su tarea de educar al ser humano en el amor del desinterés, de lo bello, lo justo, lo verdadero y lo grande, alejado de la lógica utilitarista. Al igual que se encienden los luceros cada vez que el sol cae, las políticas públicas han de proveer antorchas para las mentes, pan para el espíritu. Basta ya de incubar una sociedad de muertos vivientes que únicamente se muevan por los impulsos del marcador en el último clásico o derbi, basta ya de atizbar como aves rapaces las disecciones públicas de las vidas de condes y marquesas, las cuales resultan extremadamente intrascendentes. Como una droga, nos confunde y no discernimos entre las imágenes de las pantallas y la realidad, y como en cualquier drogadicción, es necesaria una desintoxicación. Desintoxicación a realizar en centros como escuelas, cátedras, bibliotecas, museos, teatros, etc. Centros que deberían de multiplicarse para maximizar la cobertura de la ciudadanía. Es el momento de hacer brillar la luz de nuestro espíritu, la luz del espíritu humano, de hacer que esa luz, como si del gótico se tratase, penetre por todos los vanos posibles a la mente del pueblo.
Borja Ferrer Pilato